No es que esté filosofando; es que me acabo de dar cuenta de que nunca he dedicado un artículo a este tema. Y como llevo tres horas y media -seguidas, ¿Eh?- estudiando Historia Universal, pues he decidido poner mis pensamientos por escrito, sin los complejos propios del PePero que soy, mal que me -¿nos?- pese.
Que conste que, en este caso, he escogido la foto menos dura de todas las que salían en google en la primera pasada.
No puedo evitar estar con Julián Marías en varias cosas. Entre ellas, su famosa respuesta de “¿Cuál es el gran mal que asoló el siglo XX?”
Repasemos antes de dar a conocer la opinión del afamado filósofo: dos guerras mundiales, millones de muertos, campos de exterminio –nazis y comunistas- guerras y más guerras, conflictos raciales, pobreza extrema, inaniciones, capitalismo, hambre… Pues no. La respuesta de Julián Marías fue muy otra: “el gran mal que ha asolado la a la humanidad en el siglo XX ha sido sin duda la liberación del aborto”.
Que me llamen retrógrado, que me llamen carca, que me llamen antisocial y antiprogreso; me da igual. Yo sólo sé lo que he visto –parafraseando a León Felipe-, y he visto; que yo no tenía que estar aquí –si esa maldita ley se hubiese aplicado conmigo- y hoy estoy.
En efecto, en las primeras ecografías, el niño que esperaba doña Beatriz aparecía con una cabeza extremadamente grande, “posiblemente deforme” argulló el médico. Motivo más que justificable para abortar, en aquel lejano 1989. Y, ¿Qué pasó?
Que MI MADRE DIJO SÍ. Así, sin florituras.
He pensado en esto muchas veces. No sólo porque el médico se equivocara en el diagnóstico –deforme, lo que se dice deforme, tampoco soy; sólo un poco feote-, sino por el hecho de que mi madre estuviese dispuesta a tener un hijo que iba a ser una carga casi toda la vida. Le daba igual.
El problema, concluyo, es el Amor. Sí, Amor, con mayúscula: no el sentimiento de “jo, esque estoy guay contigo y me siento super-realizado/a a tu lado”, sino el saber donarse, el no darse importancia; parafraseando a un santo: saber tirarse al suelo para que los demás pisen blando. Ése es el Amor que yo defiendo. Y no es necesario creer en Dios para llevarlo a cabo. En realidad, justo lo contrario: hay que matar a un dios para realizarlo: el propio dios que cada uno tiene en sí mismo; el dios del Yo, Mí, Me, ConMigo. Y hasta que ése dios no haya muerto, la religión no volverá a ser lo que fue, el hombre no volverá a ser lo que fue, y la sociedad no volverá a ser lo que fue. Y acabaremos –si no lo remediamos- cumpliendo con lo dicho por Nietzsche de Platón: La caverna está cerrada; sólo pisando al que tienes abajo llegarás tú un poco más alto.
He aquí mi pensamiento. He aquí mi primer artículo escrito con las visceras. He aquí una denuncia que considero sensata. He aquí, nuestro porvenir.
Que conste que, en este caso, he escogido la foto menos dura de todas las que salían en google en la primera pasada.
No puedo evitar estar con Julián Marías en varias cosas. Entre ellas, su famosa respuesta de “¿Cuál es el gran mal que asoló el siglo XX?”
Repasemos antes de dar a conocer la opinión del afamado filósofo: dos guerras mundiales, millones de muertos, campos de exterminio –nazis y comunistas- guerras y más guerras, conflictos raciales, pobreza extrema, inaniciones, capitalismo, hambre… Pues no. La respuesta de Julián Marías fue muy otra: “el gran mal que ha asolado la a la humanidad en el siglo XX ha sido sin duda la liberación del aborto”.
Que me llamen retrógrado, que me llamen carca, que me llamen antisocial y antiprogreso; me da igual. Yo sólo sé lo que he visto –parafraseando a León Felipe-, y he visto; que yo no tenía que estar aquí –si esa maldita ley se hubiese aplicado conmigo- y hoy estoy.
En efecto, en las primeras ecografías, el niño que esperaba doña Beatriz aparecía con una cabeza extremadamente grande, “posiblemente deforme” argulló el médico. Motivo más que justificable para abortar, en aquel lejano 1989. Y, ¿Qué pasó?
Que MI MADRE DIJO SÍ. Así, sin florituras.
He pensado en esto muchas veces. No sólo porque el médico se equivocara en el diagnóstico –deforme, lo que se dice deforme, tampoco soy; sólo un poco feote-, sino por el hecho de que mi madre estuviese dispuesta a tener un hijo que iba a ser una carga casi toda la vida. Le daba igual.
El problema, concluyo, es el Amor. Sí, Amor, con mayúscula: no el sentimiento de “jo, esque estoy guay contigo y me siento super-realizado/a a tu lado”, sino el saber donarse, el no darse importancia; parafraseando a un santo: saber tirarse al suelo para que los demás pisen blando. Ése es el Amor que yo defiendo. Y no es necesario creer en Dios para llevarlo a cabo. En realidad, justo lo contrario: hay que matar a un dios para realizarlo: el propio dios que cada uno tiene en sí mismo; el dios del Yo, Mí, Me, ConMigo. Y hasta que ése dios no haya muerto, la religión no volverá a ser lo que fue, el hombre no volverá a ser lo que fue, y la sociedad no volverá a ser lo que fue. Y acabaremos –si no lo remediamos- cumpliendo con lo dicho por Nietzsche de Platón: La caverna está cerrada; sólo pisando al que tienes abajo llegarás tú un poco más alto.
He aquí mi pensamiento. He aquí mi primer artículo escrito con las visceras. He aquí una denuncia que considero sensata. He aquí, nuestro porvenir.
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